Johann Heinz apenas podía esconder su enfado por como se estaban sucediendo los acontecimientos, a fin de cuentas era el Canciller de Altdorf y por ende del Imperio, aquel niñato con aires de grandeza pagaría cara su osadía, pagaría con creces la desfachatez con que había tratado a la Corte Real de Altdorf..., llevaba paseando dos días por el largo pasillo que daba paso a la estancia del trono, aquellas puertas se mantenía cerradas para él, solo había mantenido unas pocas palabras con aquel consejero de poca monta que se hacía llamar Martín Fechner, se atrevía a mirarle por encima del hombro mientras le decía que el Príncipe estaba muy ocupado y que le atendería en cuanto le fuera posible, que mejor se fuera a descansar a sus dependencias hasta que fuera avisado...
La noche paso sin problemas, con la salvedad que Ogmund volvió a soñar el mismo sueño de dos días atrás, con la diferencia que esta vez la serpiente alada estaba montada por un enorme y fiero señor de la guerra orco, al día siguiente acudieron a su cita con el Lector de la corte Lothar Metternich, tras ser escoltados por un grupo de guardias el hermano Dieter hizo de anfitrión mientras Lothar acudía a la cita, el hermano Dieter era el mismo que se sorprendió al ver a Erwin durante la procesión del difunto Yorri XV, del Lector de la corte poco pudieron sacar, salvo que el Príncipe heredero Wolfgang había incomunicado al Emperador y que no concedía ninguna audiencia, Lothar escucho atentamente todo lo que le contaron sobre la investigación de la muerte de Yorri XV, sobre todo se sintió incomodo y preocupado ante la posibilidad de que ese tal hermano Karl en verdad fuera un miembro de la hermandad Crimsonita, con la promesa de mantenerlo informado de lo que descubrieran abandonaron el Palacio Real para después de comer poner en antecedentes a la Gran Indagatrix y dirigirse de nuevo a la Universidad, en busca del Doktor Fassbinder, esta vez si que lo encontraron en sus dependencias, de unos 50 años con ropas pasadas de moda y unos ojos que no paraban de fijarse en todo, tras presentarse y pedirle disculpas a Erwin por lo sucedido hace dos años les conto lo que sabía, llevaba mucho tiempo investigando la secta de la Mano purpura, creía que tanto en la Cancillería como dentro de la Iglesia de Sigmar tenían a alguien infiltrado, así como en los Hijos de Ulric, de este si que sabía quien era, un tal Reinhardt von Kutenholz, ese nombre ya lo habían escuchado antes, en una de las cartas de Middenheim del que se hacia llamar el Heredero, en la que dejaba ver que era un hombre de su confianza, Fassbinder también creía bastante probable que también podría haber alguien infiltrado dentro del personal del Príncipe heredero, aunque teniendo en cuenta lo sorprendente de su llegada parecía que no estuvieran trabajando juntos, en cuanto al estado de salud del Emperador, Fassbinder sospechaba que la dolencia podía estar siendo causada por una pizca de polvo de distorsión, algo que Íñigo ya había empezado a sospechar, aunque él la conocía como piedra de disformidad, en cuanto al Canciller no había podido encontrar nada en su contra, se había licenciado en Derecho en la Universidad siendo un estudiante modélico, uno de sus profesores así lo pudo corroborar, trabajo en la Cancillería hasta llegar a ser el ayudante del anterior Canciller y pasando a ocupar su cargo hacia un par de años cuando su antecesor se retiro del cargo, tras pasar la tarde en aquel lugar se despidieron de Fassbinder con la esperanza de volverse a ver.
La tarde ya estaba empezando a decaer por lo que se marcharon hacía su casa, allí Simón les entrego una nota que había traído una joven con la librea de los mensajeros de Altdorf, en ella un desconocido les emplazaba en el almacén numero 3 esta medianoche para contarles información sobre la muerte del Gran Teogonista a cambio de una buena bolsa de coronas de oro, sin esperar a medianoche se acercaron a los muelles hasta encontrar el almacén numero 3, la niebla ya había empezado a subir desde el rio empezando a cubrir todo bajo su manto, aquello también propicio que se pudieran esconder de los ojos de los guardias que patrullaban la ciudad, pero por desgracia Leopold no los vio venir hasta casi tenerlos delante, poco podía hacer salvo correr para intentar alejarse de ellos y así en alguna de las bocacalles darles esquinazo...
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